Cuando la materia prima crece en medio del bosque
Todos los pueblos esconden secretos, pero pocos se guardan con tanto celo como la localización de los mejores setales. Aunque no es de extrañar tal secretismo ante tal joya gastronómica: boletus, míscalos, amanitas, cantharellus, perretxikos, trufas… Hongos que hacen las delicias de los más foodies y que suponen una medalla de honor para sus recolectores. Porque cuando hablamos de hongos el placer no está solo en comerlos, sino en salir al monte a buscarlos y presumir de las capturas.
Cada año, tras las primeras lluvias de otoño, los aficionados a la micología se calzan las botas y salen en busca de los tesoros que esconde el bosque. Los podrás distinguir por sus cestas de mimbre, que ayudan a que las setas esparzan sus esporas, y sus navajas de filo curvo, esenciales para recoger el hongo sin dañar el micelio.
Conocer dónde están los mejores setales ayuda, pero si paseas por cualquier hayedo, encinar o pinar es fácil encontrarse con todo tipo de hongos. Eso sí, es muy importante conocer bien las especies y no confundirse con las falsas hermanas para evitar cualquier tipo de susto. Hay un dicho popular que dice que “todas las setas se pueden comer, aunque algunas solo una vez”. Así que si te animas a salir a por setas asegúrate de acompañado o preguntar a alguien con cierta experiencia.
Tras una mañana de recolección llega el momento más esperado. Presumir de las capturas ante amigos y vecinos mientras se comparte una botella de Finca Martelo. Limpiar con mimo la tierra, admirar cada detalle y empezar a preparar un plato de aúpa: un risotto con boletus, ternera guisada con níscalos o el clásico revuelto. No hay receta mala con semejante materia prima.